Desde
que la Fundación Mapfre inauguró sus salas de exposiciones en el Paseo de
Recoletos nos ha acostumbrado a disfrutar de muestras de muy alta calidad. En
esta ocasión tampoco defrauda sino todo lo contrario. La exposición "Retratos. Obras maestras del CentrePompidou" propone un recorrido
por género del retrato en los distintos movimientos artísticos del siglo XX, a
través de una cuidada selección de 80 obras maestras que forman parte de las colecciones del Centro Pompidou de París. La
muestra abarca un periodo cronológico que se inicia con el retrato de Erik
Satie, realizado por Suzanne Valadon en 1892-1893, y finaliza con The Moroccan,
de John Currin, de 2001. Entre los artistas representados destacan Pablo Picasso,
Francis Bacon, Henri Matisse, Robert Delaunay, Antonio Saura, Jean Dubuffet,
Joan Miró y Amedeo Modigliani, cuyas obras completan un notable conjunto de
óleos y esculturas de gran calidad, reunidas por primera vez en España.
El
retrato constituye una de las líneas transversales de la historia del arte, en
la que confluyeron la tradición y las nuevas aportaciones formales a partir del
arranque de la modernidad, a finales del siglo XIX. Además de alumbrar algunos
de los iconos por excelencia del arte contemporáneo, este género ha sido
receptivo a los descubrimientos formales a partir de las vanguardias históricas
y ha servido de objeto de reflexión sobre la condición humana y la visión del
otro, así como de la exploración de la esencia del propio artista. A continuación
siguen algunos comentarios sobre los apartados mas notables de la exposición.
Los
misterios del alma
Amedeo Modigliani. Retrato de Dedie |
Partiendo
de las corrientes de pensamiento que
buscaban ofrecer una lectura de aquello que el ser humano consideraba la
cara oculta y, a veces, la más terrorífica faz de sí mismo, cobraron especial
fuerza las teorías psicoanalíticas, en las cuales el sueño se consideraba la
principal vía de acceso al subconsciente. Igualmente, emergieron otras ciencias
o pseudociencias, como la fisiognomía, que buscaba en la expresión o en la
morfología del rostro las características objetivas de la personalidad.
Hubo
dos propuestas entre las vanguardias históricas, el fauvismo y el
expresionismo, que se interesaron por indagar en la frágil subjetividad del
individuo. Las ojeras que muestran las mujeres de Auguste Chabaud o de Alexej
von Jawlensky parecen la metonimia de su propia negrura; mujeres fatales o
ángeles caídos, erigidos en ídolos de un nuevo mundo urbano y eléctrico por
medio de la pintura. La melancolía de la mujer retratada por Amedeo Modigliani,
la mirada errante y deforme del botones de Chaïm Soutine, los rasgos
emborronados de Jacques Villon, Marc Chagall o Martial Raysse intensifican la
presencia casi sobrenatural del mundo interior del modelo.
De
cara al formalismo
El
aislamiento del rostro con respecto al resto del cuerpo, la simplificación de
la morfología humana por una silueta perfecta, aleja la escultura de la imagen
de la carcasa exterior del modelo. Los
cubistas evocaron recurrentemente las referencias al primitivismo de la máscara
ritual o a las expresiones arcaizantes del rostro. No obstante, a pesar de
estar lejos del ejercicio mimético del "trazo a trazo", el proceso de
análisis y de síntesis de la fisionomía del modelo por parte del artista
permitió no solo una gran expresividad, sino también de vez en cuando una
traducción en lenguaje plástico de la personalidad del propio modelo.
En
este sentido, es conocida la anécdota protagonizada por Picasso tras recibir
las críticas por el retrato de Gertrude Stein, pintado en 1906 -un hecho que,
sin embargo, no se publicó hasta 1933-. La similitud entre la modelo y su
representación en el lienzo era mínima; estaba claro, el retrato no se parecía.
Dijeron que Picasso solo contestó "No se preocupe. Ya se parecerá".
Caos
y desorden o la imposible permanencia del ser
Gino Severini. Autorretrato |
Las
obras reunidas en este apartado tienen en común su apuesta por la imperfección,
en oposición exacta a los cánones de la belleza perfecta del clasicismo. Los
seres representados parecen estar al borde de la ruptura, de la deconstrucción
o de la descomposición, a un paso del colapso, de la quiebra, quizás de la
desaparición. El Autorretrato de Francis Bacon, la escultura de Diego o el
lienzo de Caroline, realizados por Alberto Giacometti, apuntan a esa fragilidad
de la condición humana.
Esta
fragilidad del ser es interpretada de distintas formas: si El vigilante de Jean
Dubuffet nos sumerge en la maraña de su propia personalidad grotesca, el
Autorretrato de Gino Severini, como reflejo en un espejo roto, parece aludir a
la complejidad de lo humano, escondida bajo esa carcasa prismática.
Tras
la fotografía
A
la maduración progresiva del retrato académico al término de largas temporadas
de pose, la fotografía opuso a mediados del siglo XIX el milagro, pero también,
la dictadura de lo instantáneo. Si la fotografía plagia y reproduce los códigos
de la pintura, especialmente en el dominio del retrato, la pintura ha recorrido
un camino recíprocamente inverso. Así, ha tomando prestado el principio de la
pose instantánea e improvisada -detectable aquí en las obras de Cassandre y
Balthus-, del punto de vista rebajado o hundido -presente en André Derain-, a
la vez que ha reivindicado lo pictórico del material o del motivo -como en la modelo
de Albert Marquet-.
Rebasando
la fotografía, la pintura del siglo XX ha refutado el principio de la
objetividad en beneficio de la afirmación de una situación pictórica.
Finalmente, el pop art como figuración narrativa ha abandonado el principio del
modelo en su reproducción fotográfica para crear una "construcción en
abismo" de la representación.
Matisse. Odalisca con pantalón rojo |