En las salas del Museo Reina Sofia he podido visitar hoy, tras una larga espera motivada por la enorme expectación creada por la muestra, una impresionante exhibición retrospectiva de la obra de Salvador Dalí. Su organización corre a cargo del Reina Sofía y del Centre Pompidou de París, en colaboración con el Salvador Dalí Museum Saint Petersburg (Florida). La comisaria es Montse Aguer, directora de la Fundación Gala-Dalí. La completísima colección presentada se ha conseguido gracias a los préstamos de otras instituciones de primer orden, como el MoMA (Nueva York), de donde se ha traido la significativa obra La persistencia de la memoria (1931), del Philadelphia Museum of Art, que ha prestado Construcción blanda con judías hervidas (Premonición de la guerra civil) (1936), de la Tate Modern, con Metamorfosis de Narciso (1937) y de los Musées Royaux des Beaux-Arts de Bélgica, con La tentación de San Antonio (1946).
Esta exposición se propone revalorizar al Salvador Dalí como pensador, escritor y creador de una particular visión del mundo. Tomando como punto de partida su método paranoico-crítico, la muestra supone un recorrido por su trayectoria que se proyecta hacia el pasado y el futuro. El subtítulo de la exposición —procedente del artículo de Salvador Dalí, y a la vez su manifiesto artístico, “San Sebastián”, publicado en 1927— nos sugiere cómo podemos acercarnos a la obra del pintor en esta extensa muestra. Dalí, omnívoro y visionario, se utilizó a sí mismo como objeto de estudio, sobre todo bajo el prisma del psicoanálisis freudiano, estableciendo así las bases de la construcción de su personaje. Sus acciones en la esfera pública, ya fueran calculadas o improvisadas, le sitúan como una figura de referencia en el ámbito de la representación artística contemporánea. Un arte que, haciéndose eco de los descubrimientos científicos de su época, explora y expande los límites de la conciencia y de la experiencia sensorial y cognitiva. Nosotros, espectadores, podemos intentar acercarnos a su universo mediante las sugestiones poéticas y las provocaciones plásticas que nos ofrece la contemplación de la creación daliniana.
Esta exposición se propone revalorizar al Salvador Dalí como pensador, escritor y creador de una particular visión del mundo. Tomando como punto de partida su método paranoico-crítico, la muestra supone un recorrido por su trayectoria que se proyecta hacia el pasado y el futuro. El subtítulo de la exposición —procedente del artículo de Salvador Dalí, y a la vez su manifiesto artístico, “San Sebastián”, publicado en 1927— nos sugiere cómo podemos acercarnos a la obra del pintor en esta extensa muestra. Dalí, omnívoro y visionario, se utilizó a sí mismo como objeto de estudio, sobre todo bajo el prisma del psicoanálisis freudiano, estableciendo así las bases de la construcción de su personaje. Sus acciones en la esfera pública, ya fueran calculadas o improvisadas, le sitúan como una figura de referencia en el ámbito de la representación artística contemporánea. Un arte que, haciéndose eco de los descubrimientos científicos de su época, explora y expande los límites de la conciencia y de la experiencia sensorial y cognitiva. Nosotros, espectadores, podemos intentar acercarnos a su universo mediante las sugestiones poéticas y las provocaciones plásticas que nos ofrece la contemplación de la creación daliniana.
Artista singular, prolífico e imaginativo, con gran oficio de la pintura, plasma en su obra pictórica y literaria elementos obsesivos que son metáforas de nuestro inconsciente, y genera un arte a veces perturbador que habla directamente al espectador. Admirado y controvertido, Dalí se autodefine como máquina de pensar y, al mismo tiempo, mediático y creador de un estereotipo y de su propio mito. A través de más de doscientas obras (pinturas, esculturas, dibujos…) presentadas en un discurso concebido en once secciones con el hilo cronológico como conductor, esta muestra nos hace repensar el lugar de Dalí en la historia del arte del siglo XX y plantear que la importancia de su figura y de su legado va más allá de su papel de artífice del movimiento surrealista.
Salvador Dalí. Autorretrato con cuello rafaelesco, 1921. |
La llegada a la Residencia de Estudiantes de Madrid a finales de 1922 y su encuentro con, entre otros, Federico García Lorca y Luis Buñuel —con quien colabora en la película Un perro andaluz—, le enfrenta a la Generación del 27, que agrupa poetas, escritores, pintores y cineastas. En este momento, Dalí se siente próximo a las vanguardias y coquetea con diferentes ismos de principios de siglo XX, como el cubismo, el fauvismo o el futurismo, pero también, en ocasiones, vuelve su mirada al retorno al orden. El imaginario colectivo desarrollado en la Residencia se refleja en los numerosos dibujos de la serie Putrefactos, de mediados de los años 20.
Salvador Dalí. Visage du Grand Masturbateur (Rostro del Gran Masturbador), 1929. |
Salvador Dalí. Angelus. 1935. |
A partir de 1936 y huyendo de la Guerra Civil española, Dalí y Gala pasan la mayor parte del tiempo en Francia, exceptuando algún viaje a los Estados Unidos e Italia. Las vivencias de estos años no solamente se plasman en su pintura, sino que el pensamiento del pintor desemboca en el Manifiesto místico de 1951. La experiencia personal del artista se traslada a las pinturas, en las cuales el horror y la muerte provocados por los conflictos se manifiestan de forma explícita e incómoda ante el espectador. Por otra parte, aunque Dalí no deja de experimentar con la construcción de objetos surrealistas, anunciados formalmente en 1931, no es hasta la celebración en 1936 de la Exposición Surrealista de Objetos, en la galería Charles Ratton de París, cuando se oficializa esta nueva forma de expresión del surrealismo. El inicio de la Segunda Guerra Mundial lleva a Dalí y Gala a exiliarse a los Estados Unidos, donde residen ininterrumpidamente entre 1940 y 1948.
Salvador Dalí. Geopoliticus Child Watching the Birth of the New Man, 1943. |
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