En
los últimos meses, como consecuencia de una serie de circunstancias, tengo la oportunidad de pasar mas tiempo con mi madre. Mi madre es una señora ya bastante
mayor. A pesar de ello conserva una lucidez y una vitalidad envidiables. Y le gusta leer. Lee de todo:
libros, revistas, folletos de viajes, hojas parroquiales… Hoy, al llegar a su casa para acompañarla un rato y comer juntos, me la he
encontrado leyendo un artículo del gran Antonio Gala, publicado allá por 1994 en el dominical de El País.
No sé si
ha sido pura casualidad que, justo en este momento, mi madre haya recuperado
este texto o si lo tenia guardado desde hace tantos años como algo merecedor de
ser recordado y re-leído. En cualquier caso, tras leerlo yo también, este texto me ha resultado tan oportuno, tan
apropiado para el momento actual, que me parece imprescindible copiarlo integro para compartirlo:
CARTA A LOS HEREDEROS
ÉMULOS DE LA
LLAMA
Antonio Gala
Tengo delante un vaso con
rosas recién cortadas. Vibran de vida. Su fragancia se espande como un eco de
su color. ¿Pienso en vosotros? Me viene al recuerdo el poema de Rioja –“Pura,encendida rosa, / émula de la llama…”- con su fría amenaza: “Y no valdrán las
puntas de tu rama / ni tu púrpura hermosa / a detener un punto / la ejecución
del hado presurosa”. Quizá cuando acabe
de escribiros esta página no serán las rosas tan frescas y carnales. Pienso en
vosotros… Me digo: “lo que tu escribes lo sabe todo el mundo”. Seguramente es
así pero yo lo reaprendo a medida que lo escribo, y lo escribo con la
pretensión de que quien me lea vuelva sobre lo que sabía. Pienso en vosotros.
Claro que si. Hoy parece mentira:
sin embargo, vosotros también envejeceréis. La vida siempre crece en longitud,
y a veces, por desgracia, no en anchura. ¿cómo están programados los humanos?
¿Cuál es, y qué marca el ritmo de su deterioro? Se sabe mal; lo que se sabe con
absoluta certidumbre es que llega, por supuesto, si nosotros llegamos... Un día
os mirareis al espejo e inopinadamente os daréis cuenta de que seguís siendo
los mismos, pero de otra manera. Os sorprenderán rastros que antes no
percibisteis; coronas circulares o arcos seniles grises alrededor del iris de
los ojos que fueron tan brillantes, arrugas que tomaron posesión de una piel
que era tersa, un matiz macilento hoy inimaginable. La decadencia que
presenciasteis en otros y que os asombraba ver –el abultamiento de las orejas,
el cansancio de los labios, las mejillas descolgadas y fláccidas- la descubriréis en vuestro propio rostro...
Y, a pesar de todo, ahí está vuestra mirada, reconocible, la misma de antes, un
poco sobrecogida por el disfraz que la rodea. A través de ella adivináis –porque
no están presentes: ¿dónde fueron?- al niño que fuisteis, al muchacho o a la
muchacha lozanos y de oro que ahora sois, también vosotros émulos de la llama… Entonces
habréis llegado, por fin, a ser algo que en estos momentos os asusta u os da
risa. Entonces seréis viejos
Toda vida se confecciona con
esperanza y recuerdos: navega de tal Escila a tal Caridbis. Mientras seáis jóvenes os dominará la seguridad de seguirlo siendo, y vuestra altiva reina es
la esperanza: sólo recordáis para esperar aun más. Cuando seáis viejos el
protagonista de vuestra vida será el recuerdo. En la balanza, mal contrastada, se
inclinará todo hacia su lado: la vida entera girará su cabeza hacia atrás; por
delante serán escasas las expectativas, y las prórrogas, cortas: una semana, un
mes, quien sabe, tal vez una mañana. Aunque muriese al día siguiente, el joven
es inmortal; aunque viviese más de cien años, el anciano se muere cada noche… No
es de extrañar que el hombre y la mujer se hayan vuelto gruñones, insatisfechos,
melancólicos; ellos, que, según sus coetáneos, fueron pura alegría. Ni es de
extrañar que de pronto les sobrevenga un brusco ataque de ternura y de lágrimas:
se trata del resultado de un discurso interior, imposible de compartir con
nadie. Igual que sus enfermedades, sus achaques, su soledad y sus dolores. Igual
que su preocupación por el dinero, por las pensiones (tan en el aire ya hoy),
por los precios: no tienen otra garantía para su independencia.
Y comprenderéis, acaso tarde
ya -cuando vuestros hijos, que aún no han nacido o acaban de nacer, no os quieran lo suficiente, o no os atiendan
del modo en que confiabais-, que el ser humano es capaz de todo por él mismo,
incluso de herir y olvidar a sus padres o ser injusto con quien le dio la
vida... Y acaso recordéis este presente de ahora con tristeza, entre las
limitaciones y las dificultades corporales del luego. ¿Echaréis de menos entonces
la confusa institución de la familia, o la echaréis de mas? ¿Qué está siendo
para vosotros hoy? ¿Qué será cuando pasen treinta o cuarenta años? Lo que ahora
ignoráis o intentáis evitar, lo que ahora no os reclama la menor atención, os
asaltará después como una precipitada noche. Una noche cruel, propensa a
pesadillas, porque, en la civilización del usar y tirar, lo viejo es antiestético, caro e improductivo,
es decir, desechable… Y pensareis entonces, -¿tarde? Sí, tarde- que habría que
educar a los jóvenes de otra manera, y así acompañarían más y mejor a los
ancianos: con menos materialismo y menos hedonismo quizá, para que no los encontraran
tan superfluos o inútiles, para que reconocieran sus últimos derechos al amor,
a la vida, a la euforia, al éxtasis… A todo lo que vosotros ahora gozáis con un
derecho pleno que creéis exclusivo. Porque una cosa es lo que esperáis, y otra
lo que os espera.