A nadie le resultará extraño la nefasta
opinión que sobre los bancos tienen la mayoría de nuestros conciudadanos.
Podríamos decir que para nuestra sociedad son los “malos de la película” que
estamos viviendo. Son multitud y multitud las protestas y manifestaciones de todo
tipo que en los últimos meses se han dado en contra de las entidades
financieras.
Ayer, siguiendo una de tantas noticias sobre
este tema descubrí que la mala imagen de los bancos no es exclusiva de nuestra
sociedad española. En un lugar tan lejano de nosotros como Canadá nos
encontramos con ideas muy similares a las nuestras. En el ejemplo que he
encontrado llama la atención la originalidad con la que se produce la denuncia.
Victoria Grant, una niña de 12 años
pronunció, hace más o menos ocho meses, un discurso en el Public Banking Institute de Filadelfia, del que se han hecho eco medios tan prestigiosos como el Financial Post,
Forbes o el Huffington Post.
Su discurso, que apenas dura 6 minutos, es
vibrante, claro y cargado de unos argumentos
lógicos que resulta difícil admitir como propios de una chica tan joven.
Independientemente de pueda haber sido “ayudada” por sus padres o profesores la
denuncia es clara y esta bien expresada. Entre las muchas acusaciones incluidas
en la alocución destacan:
"¿Se han preguntado alguna vez por qué
los banqueros de las entidades más importantes se están haciendo más ricos
mientras que el resto de nosotros no? Estamos siendo timados y robados por el
sistema bancario y un Gobierno cómplice”
“Las entidades financieras prestan un dinero
que realmente no tienen. Ellos aprietan un botón en el ordenador y generan un
dinero falso en el aire. Ellos no tienen realmente nada en sus cámaras. He
descubierto que los bancos y el Gobierno se han confabulado para esclavizar financieramente
a la gente de Canadá”.
La clave del análisis de Victoria es que los bancos
perjudican a los gobiernos tanto como a los clientes, y ya que los clientes
también pagan impuestos para cubrir el servicio de la deuda nacional, los
bancos les están perjudicando dos veces. Finaliza su breve discurso pidiendo
actuar: “un pequeño grupo de personas puede cambiar el mundo. Nunca hay que
dudar que un pequeño grupo de personas puede cambiar el mundo“.
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