Acaba de caer Berlusconi. Lo que los poderes públicos italianos, incluido el poder judicial, no habían logrado durante años ha sido alcanzado por la presión de los mercados. En la actual situación de crisis y dificultades económicas globales historias de este tipo se repiten. La soberanía de los países se diluye ante el poder de esos entes inmateriales y misteriosos llamados mercados financieros. Y los sistemas y prácticas democráticas sucumben ante ellos. Nadie puede negar que Francia o Alemania sean países democráticos. Resulta por tanto difícil de entender que esos mismos países pongan el grito en el cielo cuando otro país, Grecia, socio suyo por mas señas, pretende recurrir al mas democrático de los instrumentos, el referéndum, para decidir su futuro.
¿Qué esta pasando? ¿Se están creando nuevas estructuras de poder descontrolado? ¿Asistimos a experiencias históricas que no cuentan con antecedentes? Puede que la sofisticación alcanzada por los instrumentos financieros existentes en la actualidad genere parte del problema pero, desde luego, las tensiones entre el poder político y el poder económico no son una novedad del siglo XXI.
Retrocedamos al siglo XIV. En la ciudad de Augsburgo se asienta la familia de los Fugger. Comenzaron siendo tejedores para ir extendiendo paulatinamente sus negocios a otras actividades comerciales por toda Europa. Llegaron a tener minas de plata en el Tirol y de cobre en Hungría. El siguiente paso fue acceder al negocio bancario. Llegaron a ser banqueros del Papado, financiando, por ejemplo, la Guardia Suiza del Papa Julio II. Su cercanía al Papado hizo que Jakob Fugger, cuyo retrato realizado por Durero abre esta entrada, participara en la venta de indulgencias, práctica esta que, como es sabido, contribuyó a desencadenar la Reforma Protestante. En esa época, los Fugger no solo prestaban dinero al Papa sino a muchos otros miembros de la nobleza y la realeza.
El emperador Maximiliano I, al morir en 1519 dejo a su nieto y heredero Carlos, que llegaría a ser Carlos primero de España y quinto de Alemania, los dominios de los Habsburgo y la posibilidad de optar a la corona del Imperio, pero también una enorme deuda con Jakob Fugger. El inteligente banquero consideró que la mejor manera de garantizar la recuperación de su dinero era apoyar las aspiraciones imperiales de Carlos. Éste sobornó a los príncipes electores con algo más de 850.000 florines mientras que su rival, el Rey Francisco I de Francia, solo ofreció 300.000. De la suma ofrecida por Carlos, los Fugger le habían prestado 544.000 florines, mientras que el resto provenía de los Welser y otros banqueros italianos. El nuevo emperador quedó de esta manera profundamente endeudado con los Fugger.
No tardaron mucho tiempo en exigirse las compensaciones. En la dieta de Worms los Fugger consiguieron la asignación de las minas españolas de oro, cobre y sal. Hay una carta de Jakob Fugger a Carlos I que presiona al Emperador para que en la Dieta de Nuremberg no se limite la actividad de los comerciantes. El banquero se expresa en estos términos: “Es bien sabido, y puedo hacerlo patente, que Vuestra Majestad Imperial no hubiera obtenido sin mi ayuda la Corona del Imperio, lo que puedo probar por medio de los manuscritos de los comisarios de Vuestra Majestad Imperial, y que no he hecho esto en ventaja mía lo demuestra que, de favorecer a Francia en perjuicio de la Casa de Austria, hubiera adquirido grandes bienes y riquezas que se me habían ofrecido. Los perjuicios que habrían resultado de ello para la Casa de Austria quedan bien patentes para la alta inteligencia de Vuestra Majestad Imperial”.
A partir de entonces, la deuda contraída por el monarca con los banqueros alemanes creció hasta alcanzar cifras exorbitantes. Para garantizar su pago se les concedió la explotación de los derechos de los Maestrazgos, es decir, la gestión de las rentas y los ingresos de las órdenes militares españolas, entre los que destacaba la explotación de las minas de mercurio de Almadén, uno de los más lucrativos negocios debido a la importancia estratégica que adquirieron para la extracción de la plata de los yacimientos en América.
Felipe II recibió en 1556 de su padre, el emperador Carlos V, un imperio donde no se ponía el sol, con una floreciente Castilla y con las grandes reservas de metales preciosos procedentes del Nuevo Mundo. A pesar de este enorme patrimonio, la herencia incluía también una deuda de 20 millones de ducados. Solo un año después de su llegada al trono, Felipe II se vio obligado a proclamar la primera bancarrota de las arcas españolas, un hecho que se repitió en dos ocasiones durante su reinado, en 1575 y 1596. Las guerras y los gastos generados por el inmenso imperio llevaron a Castilla a soportar importantes cargas impositivas, junto con una alta inflación y la grave crisis provocada por la reducción drástica del comercio de lana consecuencia del conflicto con los Países Bajos, su principal cliente.
Al final de su reinado, en 1598, mientras la inflación hundía en la miseria a Castilla, su sucesor, Felipe III, heredaba una deuda que quintuplicaba la inicial. En 1607, España volvía a proclamar la bancarrota, el mismo año en que se hundía la familia Fugger, los prestamistas que habían ayudado a Carlos V a alcanzar el título de emperador, quizás por su exceso de confianza en la deuda española.
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