lunes, 18 de febrero de 2013

Virxilio Vieitez

Virxilio Vieitez era para mi, hasta hoy, un absoluto desconocido. Esta mañana, tras desayunar con unos amigos en un pequeño café de la Plaza de Canalejas, nos hemos acercado a conocer "Espacio", el nuevo centro de exposiciones de la Fundación Telefónica, inaugurado ya hace unos cuantos meses, que hasta ahora no había tenido ocasión de visitar. Allí me he encontrado una singular y muy interesante muestra de fotografía.

Se trata de una retrospectiva de la obra del fotógrafo gallego Virxilio Vieitez.  En ella se evidencia la particular mirada del fotógrafo, dotado con una habilidad única para hacer rotundas, solemnes e intensas las imágenes cotidianas, carentes de todo artificio. El conjunto de su obra, fielmente representado en esta exposición, constituye un verdadero testimonio gráfico de la vida cotidiana en los pueblos de la comarca Terra de Montes durante los años de la segunda mitad del siglo pasado.  

Desde que la fotografía se inventó a mediados del siglo XIX, el ser humano ha utilizado estas imágenes con diferentes intenciones. En la exposición podemos distinguir diversos usos de la fotografía. Por un lado, las fotografías de los documentos de identificación como DNI, pasaporte, cartilla escolar o familia numerosa. Por otro, las fotografías destinadas a acompañar las cartas enviadas a los familiares emigrados. Por último, los retratos post mortem, responden a un uso de la fotografía como documento casi notarial: era una época en la que nadie pensaba que una imagen pudiese estar manipulada, por lo que se daba por hecho que lo que se veía en la imagen era una verdad incuestionable. 

Es en este entorno en el que trabajó Virxilio Vieitez. Desde el principio, sus clientes fueron los habitantes de la comarca de Terra de Montes. Durante los años cincuenta y sesenta trabajó a destajo, fotografiando bodas, bautizos, funerales y todo tipo de ceremonias; y retratando a todos los vecinos, cuando se estableció la obligatoriedad de incluir una fotografía en el DNI en 1962. En estos años, la mitad de la población de Galicia vivía fuera de sus fronteras. La mayoría se había ido a América, pero muchos otros se fueron a Europa y a otros lugares de España (como el propio Virxilio que, de joven, se había marchado a Cataluña). En ese momento, la fotografía sirvió como instrumento privilegiado para comunicarse. Las imágenes ilustraban y reforzaban el contenido de las cartas que la gente enviaba a sus familiares emigrados. Por eso, fotografiarse era algo especial, un lujo al que las personas daban un gran valor emocional. 
  
El montaje presentado evoca Soutelo de Montes, el pueblo de Virxilio. Las fotografías se exponen en paneles individuales, aludiendo al encargo particular que cada una de ellas supuso, y están colocadas en torno a un vacío que funciona como la plaza del pueblo y articula el espacio expositivo. De esta forma, no hay un recorrido dirigido y el visitante se puede mover libremente entre las obras. A continuación se pueden ver algunas de ellas que dan una idea aproximada de la exposición. 

Este es el retrato de Yolanda, una niña de la comarca de Terra de Montes. Esta fotografía se tomó para ilustrar su carné de identidad. En 1944 se decretó la obligatoriedad de que todo ciudadano tuviese un carné de identidad. Desde principio de los años 60, Virxilio Vieitez visitó cada rincón de la comarca para realizar los retratos oficiales que debían incorporarse al carné. La metodología era siempre la misma: tras extender una sábana blanca para aislar al modelo en un fondo neutro, Virxilio colocaba un banco de madera en donde se sentaba el retratado. A pesar de que sólo se necesitaba una fotografía del busto de la persona, Virxilio abre el plano y nos deja ver mucho más. Así evitaba deformar la imagen al acercar demasiado la cámara al modelo. 


Foto destinada a ilustrar el carnet de familia numerosa de los Moa. Al igual que hace con las fotografías para DNI, el fotógrafo coloca una sábana blanca, a modo de fondo neutro, para aislar a los retratados. Aunque sólo se necesitaba un retrato del busto, Virxilio siempre tomaba una imagen con un encuadre mayor del necesario. Por esta razón, podemos ver lo que pasa alrededor de los modelos (en este caso, la forma tan ingeniosa de sujetar la sábana). Posteriormente, en la fase de positivado que se lleva a cabo en el laboratorio, Virxilio recortaba la imagen alrededor de los retratados con el fin de adecuarla a las medidas rectangulares requeridas por las instituciones. La posición de los distintos miembros de la familia no es casualidad, había una serie de reglas que jerarquizaban la composición: los padres solían estar de pie y a los lados, y los hijos aparecían delante, sentados o de pie, encima de un banco.


En esta fotografía aparecen retratadas tres hermanas de Soutelo de Montes. Cuando Virxilio vuelve a su pueblo a mediados de la década de los cincuenta, monta un pequeño estudio en casa de su suegra. 
En esta obra queda patente el tipo de composiciones hieráticas y solemnes propias de la fotografía de estudio. Vieitez trabaja siguiendo siempre el mismo procedimiento: apunta a la cintura para centrar al modelo y que quede campo arriba y abajo. El resultado son composiciones equilibradas.
Estos retratos de estudio eran caros, por eso hacerse una fotografía era todo un acontecimiento. El acto de retratarse era algo tan poco habitual, que la gente no sabía cómo posar frente a la cámara. Todo esto le confería al fotógrafo gran autoridad: los modelos se dejaban guiar por Virxilio, él era el que decidía todo lo que iba y cómo iba a aparecer en la imagen.


Este es el retrato de dos hermanos de Soutelo de Montes. Los niños aparecen muy bien vestidos porque en aquellos años fotografiarse era un acontecimiento en sí mismo, para el que la gente se ponía sus mejores ropas. Aunque es una fotografía tomada en el exterior, Virxilio sigue el mismo procedimiento que utiliza para retratar en el estudio: apunta a la cintura para centrar al modelo en la composición y que quede campo arriba y abajo. Virxilio prefería trabajar en el exterior porque así podía aprovechar el paisaje de Soutelo de Montes como escenario, y la luz natural como iluminación. En la fotografía de estudio era habitual que el modelo apareciese de pie, en una postura solemne y con un objeto de uso cotidiano o importante para el propio retratado, en la mano. En este caso, ese objeto es la muñeca que está en el carro y que, como la ropa, debía ser uno de los mejores juguetes que tenían los niños.


En esta fotografía Virxilio ha retratado el momento en el que la novia y el padrino se dirigen, acompañados por los invitados de la boda, hacia la iglesia. Cada vez que en el pueblo se celebraba un acontecimiento importante se contrataba a Virxilio. Él siempre estaba en las fechas señaladas para las familias de Soutelo, desde el bautizo al funeral pasando por la comunión y la boda, dispuesto a inmortalizar esos momentos. Estos fotorreportajes, como se los llamaba entonces, no eran la parte del negocio que a él más le gustaba, pero era la que más rentable le resultaba pues muchas veces, los invitados le encargaban copias de las fotografías en las que ellos aparecían.




Aquí aparece una familia de agricultores. Los padres posan al lado de un arado -el mismo útil que se venía usando para trabajar el campo desde la Antigua Roma- y la hija aparece al lado de la cabeza de los bueyes. Esta imagen, además de ser un retrato de familia, constituye un documento que nos da información muy valiosa sobre el sector primario en la Galicia rural de mediados del siglo XX.

En esta fotografía aparecen retratados dos acróbatas de un circo. El plano general nos enseña, además de las dos figuras enteras, el lugar en donde están. Vemos como han utilizado telas de colores para cubrir el fondo y la tarima del suelo. Teniendo en cuenta el tiempo que se tomaba en hacer una fotografía en esos años, sabemos que los dos acróbatas están posando, manteniendo la postura el tiempo suficiente para que la fotografía no salga movida. Virxilio le dedicó toda una serie (se puede ver parte de ella en la exposición) a esta familia de artistas circenses que iban por los pueblos amenizando a la gente con su espectáculo.

En esta fotografía vemos al difunto O Regueiro rodeado por su familia y gente del pueblo de Soutelo de Montes. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, la fotografía se convirtió en el medio más demandado para inmortalizar a las personas que fallecían. En Galicia esta práctica se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX, siendo Virxilio Vieitez uno de los últimos en realizar este tipo de fotografías. Por un lado, los retratos post mortem funcionaban casi como un acta de defunción para los parientes emigrados, pues servía para que vieran que la muerte era cierta y tocaba repartir la herencia; y, por otro, la fotografía unía a la familia con sus antepasados.


Este es un retrato de tres músicos. Probablemente ellos eran los encargados de amenizar alguna de las celebraciones para las que se contrataba a Vieitez, por lo que su oficio, como el del fotógrafo, también se enmarcaría dentro del sector terciario o servicios.

Los tres van igual vestidos, uno de ellos toca un saxofón, otro una trompeta y el tercero les dirige con una batuta y les acompaña con la voz. Frente a las imágenes hieráticas tomadas en el estudio o en otro tipo de retratos, Vieitez consigue aquí una imagen mucho más dinámica. Los modelos no parecen posar, más bien todo lo contrario, esta obra parece una instantánea, y el que uno de ellos ni siquiera mire a la cámara ayuda a reforzar esta sensación.


En esta imagen vemos a una familia trabajando en un aserradero. No es casualidad que en primer plano se vea al hijo y al fondo a los padres. Esta composición la ha decidido Virxilio para que se les vea bien a todos, algo que no habría sucedido si el niño se hubiese colocado, como los adultos, detrás de la máquina.

En esta obra los retratados no miran a la cámara, sino que parece que están concentrados trabajando. Este detalle le confiere a la imagen un aspecto de espontaneidad, como si Virxilio les hubiese fotografiado en un momento cualquiera de su jornada laboral.


En esta imagen Virxilio ha retratado a toda la familia Monso. Para ello, el lugar elegido ha sido el propio negocio familiar. Que casi todos ellos aparezcan tras el mostrador de la tienda nos indica que o eran los propietarios o trabajaban allí. El único que aparece delante del mostrador es el niño y por razones prácticas, si se hubiese colocado detrás, no habría salido en la fotografía. Un lugar importante de la composición, lo ocupa la balanza que utilizaban para pesar la carne, lo que nos da idea de la importancia de esta máquina para el negocio.

En este caso, a diferencia de otras fotografías que Vieitez toma de negocios familiares, los retratados aparecen posando y no trabajando, pues todos miran a la cámara.


Esta fotografía registra el momento en el que una familia recibe el dinero de un préstamo bancario que le acaban de otorgar. En primer plano, a ambos lados de la mesa, aparecen dos hombres: uno muestra un fajo de billetes y otro el documento que certifica el préstamo. Detrás podemos ver a la familia beneficiaria. En estos años la fotografía tiene un valor casi notarial, esta imagen de Vieitez documenta y da fe de la entrega del dinero.

En esta fotografía aparece Julito vestido con sus mejores ropas y posando con sus juguetes. El niño aparece serio, pues en estos momentos retratarse era un momento importante y solemne, un lujo reservado para fechas señaladas.
Julito se crió con sus abuelos porque sus padres habían emigrado a Venezuela. Por eso, cada cierto tiempo, la familia encargaba un retrato del niño. Virxilio hacía varias copias, una se la quedaban los abuelos y otra se enviaba a sus padres para vieran que estaba bien cuidado. En la exposición, una de las vitrinas muestra el álbum de Julito con varias fotografías originales de época.

En la década de los 60, casi la mitad de la población gallega había emigrado, la mayoría de ellos hacia Latinoamérica. Muchas de las fotografías que Vieitez realizaba eran retratos que la gente enviaba a sus familiares emigrados que, en ocasiones, eran también los que costeaban estas imágenes. El propio Virxilio decía América estaba inundada de fotografías mías en esa época. Este uso nos habla de la importancia de la fotografía como medio de comunicación en este momento.

En esta fotografía Virxilio ha retratado a la señora Dorotea del Cará posando con su nueva radio. Contrasta la novedad del electrodoméstico en ese contexto rural en el que las calles están sin asfaltar. Esta mujer reunió el dinero necesario para que Antonio, uno de sus seis hijos, emigrara a Venezuela. El primer envío del hijo fue para devolver el dinero del pasaje y, según decía en la carta, con lo que sobrara, Dorotea debía comprarse una radio que le hiciese compañía. Para demostrar que había seguido sus indicaciones, encargó a Virxilio este retrato que envió a su hijo. La fotografía fue a menudo el medio de comunicación más común entre el emigrado y sus familias. Esta imagen constituye uno de los muchos ejemplos de cómo el continuo envío de divisas por parte de los emigrantes contribuyó a la modernización y al crecimiento de la economía gallega.

En esta fotografía aparecen retratados una madre con su hijo, posando junto a un Chevrolet con matrícula de Panamá. Delante de ellos, hay un perro que está colocado en un escorzo que crea profundidad a la manera clásica (p. ej. como en las Meninas de Velázquez). En las fotografías de Virxilio hay una presencia recurrente de los medios de locomoción: turismos, motocicletas e incluso algún camión, acompañan a los retratados como signo de modernidad y progreso. Estos coches grandes y lujosos, casi siempre americanos, que tenían los gallegos y asturianos de aquella época, se conocían popularmente como haigas. Al parecer, se les llamaba así porque cuando los emigrantes llegaban al concesionario pedían “el coche más grande que haiga”. En muchos de los retratos de Vietez observamos como los modelos posan frente a automóviles que no les pertenecen. Estos haigas eran un símbolo de estatus, en cambio, apenas hay retratos en los que aparezca maquinaria agrícola.

Esta fotografía fue elegida por Cartier Bresson, uno de los padres del oficio de fotoperiodista, como una de sus fotografías preferidas.





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