jueves, 9 de diciembre de 2010

Cumbre de Cancún


Esta mañana cuando pasaba por la plaza de la Independencia he visto que había algo extraño en la Puerta de Alcalá. Iba deprisa y no he llegado a distinguir bien de qué se trataba. Luego, viendo la versión digital de un periódico he reconocido la imagen. Se trataba de una gran pancarta desplegada por los activistas de Greenpeace para llamar la atención sobre la necesidad urgente de tomar medidas eficaces que sean capaces de frenar el constante aumento de las emisiones de CO2.


La razón de esta llamativa manifestación del grupo ecologista se encuentra al otro lado del Atlántico. Estos días se celebra en Cancún la cumbre sobre el cambio climático. Su objetivo es la consecución de un pacto que permita combatir el calentamiento global y sus efectos sobre el clima de nuestro planeta. Tal acuerdo, si es que se logra alcanzar, sustituirá a finales de 2012 al famoso Protocolo de Kioto.

Estas cumbres que se producen anualmente reúnen representantes de casi 200 países para hablar de un tema que claramente amenaza el futuro de la Tierra. A pesar de ello la experiencia de cumbres anteriores no es muy alentadora. Muchos discursos políticos que se quedan en palabrería sin llegar a alcanzarse los compromisos necesarios. Así ocurrió el año pasado en Copenhague  donde la presencia de más de 150 jefes de Estado y de Gobierno no sirvió para pactar cómo reducir las emisiones. Porque aunque 120 países decidieron reducir sus emisiones, no fue suficiente. Los acuerdos deben ser tomados por unanimidad.

Quizá esa exigencia sea excesiva. Pretender que todos los países, situados en condiciones de desarrollo muy dispares, aprueben medidas comunes parece una utopia. Pero es una utopia imprescindible. De ello depende la continuidad de la humanidad.

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