domingo, 19 de diciembre de 2010

Y el AVE llegó a Valencia

Después de varios años de trabajos, anteayer se celebró el viaje inaugural del AVE entre Madrid y Valencia. Los Reyes y los principales representantes políticos del Gobierno y la Oposición, así como de las Comunidades Autónomas interconectadas por esta infraestructura asistieron al evento. Y por una vez no hubo ni peleas ni reproches. Todos se congratularon de la culminación de este proyecto que hace de España el país europeo con más kilómetros de tren de alta velocidad.

Aquí es donde hay que reflexionar. ¿No será desproporcionada la inversión que se esta realizando en este tipo de infraestructuras? ¿Somos nuevamente víctimas del síndrome de nuevos ricos? Porque, aunque nadie niegue que la alta velocidad sea provechosa, sí habrá que tener en cuenta la relación coste/beneficio de estas inversiones y la idoneidad de los trayectos elegidos. ¿Será que en otros países se reservan las conexiones de alta velocidad para los corredores con una determinada densidad de tráfico y que por debajo de un cierto umbral invierten en velocidad media? ¿Por qué nosotros usamos otro criterio?

Hay que reconocer que el desarrollo de la alta velocidad en España no se ha regido por directrices meramente lógicas en términos de necesidad y eficiencia. Si hay en España un corredor evidente para darle prioridad es la conexión Madrid-Barcelona y, sin embargo, no fue ese el primer proyecto que se puso en marcha. Ciertamente la conexión ahora inaugurada tiene más potencial que el enlace entre Madrid y Valladolid, pero este último ya lleva en funcionamiento varios años con prioridad sobre el enlace con Valencia.

¿Qué va a pasar en el futuro? La crisis económica que nos sigue afectando determinará un importante parón en la ejecución de los proyectos de grandes obras públicas. Hace unos cuantos años, en otras circunstancias, se llegó a asegurar que todas las capitales de provincia estarían conectadas a la red ferroviaria de alta velocidad. Creo que hay que volver a pensarlo. Porque seguramente una red tan densa no tiene razón de ser. Y las inversiones que serian necesarias probablemente están fuera de nuestro alcance. Dejemos la alta velocidad para los enlaces en los que se justifica e invirtamos en infraestructuras ferroviarias más modestas pero funcionales en el resto de los casos.

Este sencillo razonamiento no solo es aplicable a los trenes. ¿De que sirven cientos de kilómetros de autovías sin tráfico? ¿De que sirven aeropuertos que reciben menos de 20 vuelos al día?  Las crisis económicas son muy duras pero obligan a la eficiencia. Ojala no dejemos pasar esta oportunidad para racionalizar el gasto público también en infraestructuras de transporte. 

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