Ayer era Nochebuena. Como es tradición la jornada de trabajo se reduce. Después de comer se me ocurrió dar un paseo. Hacía tiempo que no visitaba la Dehesa de la Villa, el parque que más había frecuentado durante mi niñez y adolescencia. Y me decidí a recorrerlo para hacer un poco de ejercicio y recordar los viejos y buenos tiempos.
El tiempo era bastante bueno para la época del año. Cielo despejado, con un bonito sol de ese color especial que solo tiene cuando ya solo faltan un par de horas para el ocaso. La temperatura entre 7 y 9 grados. Eso me hizo recordar una felicitación navideña que había recibido por la mañana por email. Era de un amigo sueco que desde Estocolmo me transmitía sus buenos deseos y aprovechaba para alardear de que en la calle tenían un metro de nieve y la temperatura era de 23 grados bajo cero. Para agradecerle el detalle, y darle un poco de envidia, le contesté en parecidos términos pero explicando que en Madrid no había nieve y la temperatura superaba ampliamente los cero grados.
La Dehesa de la Villa estaba esplendida, con las praderas verdes y una combinación perfecta de arbustos y árboles de hoja perenne y caduca. Había muy poca gente. La soledad y el silencio reinante daban el protagonismo a los cantos de los pájaros. Nunca antes me había dado cuenta de la gran cantidad de pájaros que habitan este lugar. Sobre todo urracas. Pero también estorninos, y vencejos, y gorriones.
La mayor sorpresa fue cuando, casi sin darme cuenta, en una pradera, descubrí tres pájaros de la misma especie que, en mi ignorancia, no supe identificar. Como a diez metros de mi una señora, cámara en ristre, les hacía fotos. Me quede parado, para no molestarla ni asustar a las aves. Oí como la fotógrafa les decía a sus acompañantes que eran abubillas y que era raro que estuvieran por allí en esta época del año.
Mas adelante descubrí unos carteles informativos sobre la Senda Real o sendero de gran recorrido GR-124. Resulta que por el medio de la Dehesa de la Villa discurre un antiguo camino. Parte de la estación de Príncipe Pío en Madrid y llega hasta Manzanares el Real. Tiene su origen en el camino que desde hace siglos unía el ahora inexistente Alcazar de Madrid con el Palacio del Pardo. La denominación como GR-124 es bastante reciente. Data de 1999 y desde ese momento la ruta esta registrada y bien señalizada.
Estuve más de dos horas recorriendo el tramo del GR-124 que transcurre por la Dehesa hasta alcanzar la tapia del Monte del Pardo. Incluso me aventuré a seguir un poco más y llegar hasta la pasarela que salva el entronque de la Carretera de la Dehesa de la Villa con la Autopista de La Coruña. Ya en el camino de vuelta me sentí afortunado. Disponer de estos lugares prácticamente en el centro de la ciudad es un plus importante de calidad de vida. Cosas como ésta también sirven para hacer más feliz una Navidad.
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