Es una de las mas célebres frases acuñadas a lo largo de la historia. Se le atribuye a Enrique IV de
Francia, posiblemente uno de los monarcas franceses más populares. Fue el
instaurador de la dinastía de los Borbones tras suceder a Enrique III, último
monarca de la casa Valois. Su popularidad le vino al acabar con la serie de
guerras de carácter religioso que asolaron Francia durante buena parte del siglo
XVI. Enrique participó en las mismas del lado protestante (hugonotes). Era de educación calvinista, religión que
nunca abandonó a pesar de las muchas concesiones que hizo para lograr la paz… y
el trono de Francia.
La paz de Saint
Germain, que en 1570 acabó con la tercera guerra de religión en Francia, fue
sellada con el matrimonio de Enrique con Margarita de Valois, hermana de CarlosIX, como prueba de reconciliación entre católicos y protestantes. Este matrimonio dio origen a la famosa “Noche de San Bartolomé” en la que los extremistas
católicos organizaron una enorme matanza de hugonotes. Enrique tuvo que
convertirse al catolicismo para salvar su vida. Cuatro años más tarde, logró
evadirse de la corte y, declarándose nuevamente calvinista, se puso al frente
de los ejércitos protestantes.
La muerte de Enrique III en 1589 hizo recaer la Corona sobre la cabeza de Enrique; pero sólo fue
reconocido por los hugonotes, Finalmente su candidatura al trono fue asumida
por todos pero con la condición de que abrazara la fe católica. Enrique,
en un acto de realismo político, aceptó ese sacrificio personal, que
daba paso a un periodo de paz. Fue en ese momento cuando pronunció la célebre
frase “París bien vale una misa”, significando que el Trono de Francia bien
valía aceptar un cambio de fe.
Para solucionar el
problema religioso promulgó el edicto de Nantes por el que concedía libertad
religiosa a los hugonotes, con limitadas restricciones. Desde ese momento, su
objetivo fundamental será el desarrollo de la actividad agrícola, la industria
y el comercio, produciéndose un espectacular crecimiento. Murió asesinado finalmente
por un fanático religioso católico, que no le perdonaba su pasado hugonote ni
los acuerdos de paz con esa confesión. Era el año 1610 y comenzaba el gran siglo de oro de Francia.
Nadie puede negar que
Paris es una ciudad maravillosa que, por si misma, hace aceptable el
significado de la famosa expresión. En caso de duda se puede acceder a este
enlace y contemplar Paris desde la vertical de la Torre Eiffel. Verdaderamente
Paris bien vale una misa.