Me gusta viajar. Creo que es una de las experiencias más
enriquecedoras. Porque te sirve para conocer otros lugares pero, sobre todo,
otras gentes, otras culturas. Hubo un tiempo, desgraciadamente ya bastante lejano,
en que las obligaciones familiares, mejor dicho la ausencia de ellas, me daba
la oportunidad de satisfacer esa necesidad de conocer otras latitudes, cuanto más
lejanas mejor. Coincidía además con el
tiempo en que se pusieron de moda las cámaras de video. Por aquel entones, la mayoría
de la gente que se compraba una cámara de video lo hacía para inmortalizar los
primeros pasos de los hijos, o su primera comunión... o su primera boda, que entonces
se suponía la única. Pero, además, la cámara de video servía para recordar los
viajes. Como todo, requería un cierto uso del sentido común. Estaba muy bien
grabar escenas de un viaje para rememorarlo o compartirlo con familiares y
amigos. Pero algunos, carentes del mencionado sentido común, se iban al extremo
de “grabarlo todo” de manera que su experiencia del viaje se empobrecía radicalmente
al limitarse a lo que veían a través del objetivo de la cámara renunciando a la
experiencia directa del momento.
Luego, acabado el
viaje, de vuelta a casa, quedaba la dura tarea de editar las muchas imágenes
obtenidas. Había algunos “manitas” que, a pesar de la escasez de medios al alcance
de los aficionados de entonces, se atrevían a realizar un cierto “montaje”
ordenando las escenas de manera que se llegara a algo parecido a una narración
de las vivencias conseguidas. El remate era poner un sonido apropiado que
arropara el resultado. A pesar de todo, era imposible conseguir una pieza que
se hiciera soportable para los pacientes espectadores, en muchos casos
forzados, del dichoso video resumen. Las meriendas, o cenas, que se convertían en
excusa para poder “presumir de viaje” terminaban en la mayoría de los casos con
una buena parte de los asistentes dormitando o bostezando ante la marea de
imágenes repetitivas.
Toda esta evocación
de los viejos, y buenos, tiempos ha surgido al ver en un blog un documento que
me parece extraordinario. Sobre todo por el contraste que supone con la
situación que he descrito previamente. El documento en cuestión es un video que no
llega a los dos minutos de duración. El autor
se llama Kevin Kelly. Este buen señor se pudo permitir el lujo de realizar un
viaje por varios países asiáticos durante los meses de abril y mayo de 2012.
Las imágenes fueron obtenidas no con una cámara de video sino utilizando la
función de grabación en video de una pequeña cámara fotográfica Lumix. En el
montaje final, realizado con iMovie, hay tan solo poco más de un segundo por
cada día de viaje. Lo mejor de todo es
que no hay montaje de sonido. Se conserva el sonido original de cada una de las
tomas. El resultado es brillante. Es posible seguir el hilo conductor y
compartir muchas de las experiencias del viaje. Sin aburrimiento, sin
somnolencia. Todo un hallazgo revolucionario. Y la receta es fácil de seguir.
Un segundo por día. He aquí el milagro.
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