miércoles, 25 de agosto de 2010

Abelardo

Me ha impresionado un artículo que acabo de leer en una revista de Historia. Trata sobre Pedro Abelardo, uno de los más grandes filósofos de la Edad Media. Y aunque la historia lo recuerda como intelectual, la cultura popular lo ha inmortalizado como componente de una de las parejas que siempre se citan como paradigmas del amor: Marco Antonio y Cleopatra, Romeo y Julieta, Abelardo y Eloisa…

Porque es de este Abelardo –el de Eloisa- del que trata el artículo al que me refiero. Hasta este momento para mi era sólo uno más de la lista de los amantes célebres.

Hay que retroceder al siglo XI que es cuando nace Pedro en Bretaña. Aunque su formación inicial -era hijo de un caballero- es militar, pronto se decide por estudiar filosofía. Y cambia su nombre por el de Abelardo, de habelardus (abeja), en honor del griego Jenofonte que era conocido como “la abeja ática”.

Abelardo, un tipo muy brillante, progresa mucho en su carrera como filósofo y el 1114, con 35 años,  llega a ser profesor de la escuela de la catedral de París.  Su prestigio como maestro era tal que llegó a contar entre sus cinco mil alumnos con un Papa (Celestino II), 19 Cardenales, y más de cincuenta Obispos y Arzobispos.

En 1115, Fulberto, un importante canónigo, le encarga impartir clases particulares de Filosofía a su sobrina Eloisa, que entonces tenía 16 años. Y, a pesar de todo su bagaje intelectual y filosófico, Abelardo se enamora perdidamente de Eloisa. En su autobiografía, escrita 20 años mas tarde, recuerda así estas clases: “...Los libros permanecían abiertos, pero el amor más que la lectura era el tema de nuestros diálogos, intercambiábamos más besos que ideas sabias. Mis manos se dirigían con más frecuencia a sus senos que a los libros…»

Fruto de estos amores, nació un niño. Abelardo se casó con Eloisa. Pero una serie de infortunios y malentendidos llevaron a situaciones muy dramáticas. Fulberto pagó a algunos sicarios que castraron a Abelardo. Abelardo y Eloisa ingresaron como monjes en distintos conventos. No volvieron a tener vida en común aunque se cruzaron abundantes cartas que forman parte de la antología universal de epistolarios célebres.

Abelardo se volcó en la enseñanza y la escritura. En sus obras sostuvo que la fe y la teología podían comprenderse a través de la lógica y la razón. Estas ideas, revolucionarias entonces, le ganaron la persecución de las autoridades eclesiásticas de la época. Abelardo se rebeló contra el autoritarismo imperante e intentó conciliar razón y teología.

Pasó los últimos meses de su vida en el monasterio de Cluny. Al final se arrepintió de sus “errores” para poder morir en el seno de la Iglesia. Eloisa consiguió enterrar los restos de Abelardo y dispuso que tras su muerte, que ocurrió 20 años después, los suyos reposaran junto a los de su amado. Así se cumplió. En 1817 los cuerpos se trasladaron al cementerio de Père Lachaise, en París, en un mausoleo neogótico. Éste aun recibe muchas visitas de amantes anónimos. Siempre hay flores sobre la lápida de Abelardo y Eloisa.

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