sábado, 21 de agosto de 2010

Los hijos que maltratan a sus padres

Por sorprendente que parezca, en los últimos meses hay un constante goteo de noticias sobre casos de hijos, fundamentalmente adolescentes, que golpean a sus padres. Obviamente, lo sorprendente no son las noticias sino los hechos. En mi generación era cosa común el que los padres castigaran a sus hijos. Y que, en algunas ocasiones, el castigo consistiera en algún cachete o azote en las nalgas. Pero era raro el caso de violencia exagerada.

Recuerdo, como cosa extraordinaria, una “paliza” que presencié teniendo yo 8 o 10 años. Estaba en casa de mis tíos que vivían con su familia en un entorno rural. En la casa había algunos animales domésticos. En aquel momento, la novedad era que la perra había tenido cachorrillos y mis primos estaban alborozados con estos nuevos juguetes. Mi primo Enrique, que era 3 o 4 años mayor que yo, se empeñó en demostrarme lo bien que nadaba un cachorrito en una charca cercana. Lo que yo no sabía es que mi tío había prohibido expresamente a mi primo tal actividad.  Y cuando se enteró del incumplimiento de su orden castigó duramente a mi primo utilizando para ello su cinturón. Nunca he olvidado este hecho.

Partiendo de estas experiencias, es fácil adivinar el estupor que me causan las noticias sobre malos tratos a los padres por parte de sus hijos. Son claramente casos extremos de situaciones mucho mas comunes en las que la jerarquía de autoridad en el hogar esta invertida. Es algo generalmente aceptado que en nuestro entorno padres e hijos se relacionan en condiciones de mayor igualdad que en tiempos anteriores. Y no me parece mal. El problema empieza, a mi entender, cuando los hijos pretenden, no ya que la igualdad sea absoluta, sino que exista cierta desigualdad en la que ellos ejercen mayor influencia. Y entonces comienzan a aparecer pequeños detalles que son síntomas de esa alteración del principio de autoridad clásico. Son los hijos los que deciden qué canal de televisión se ve (ellos controlan el mando a distancia), qué se come o deja de comer, dónde se va de vacaciones… Si las cosas no pasan de estos niveles el clima general de convivencia se mantiene y las situaciones de tensión son asumibles. Pero cuando estos esquemas se trasladan a cuestiones más importantes es cuando empieza a aparecer el riesgo de enfrentamientos más radicales. Que en el extremo llegan al maltrato físico y a las agresiones.

¿Existe solución? Creo que la respuesta debe ser positiva en la mayoría de los casos. Porque, posiblemente, la clave esta en no pretender encontrar una solución global que resuelva todas las situaciones. Hay que enfrentar cada caso teniendo en cuenta los detalles especiales de cada uno. Y el método más evidente para resolver estos conflictos es el diálogo. Hay que entender la necesidad de los adolescentes de diferenciarse, de autoafirmarse como personas. Pero también hay que hacerles entender que no son los únicos que tienen derechos y que no solo los padres tienen obligaciones. 

Quedarán unos cuantos casos, quiero creer que pocos, que saldrán en las noticias. Y que no tienen solución dialogada. Son aquellos en los que se llega a situaciones límite y en los que tienen que intervenir los poderes públicos. Aun en estas situaciones nos podemos preguntar qué está en nuestra mano para evitarlos. Evidentemente es un problema tremendamente complejo que no pretendo abordar ahora aunque no descarto enfrentarlo en el futuro. Pero eso ya será otra historia...


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