viernes, 20 de agosto de 2010

Dentro de 1000 años


Leo en El País un artículo de Francisco Anguita titulado “De planetas habitables e inhabitables”. En él se describen los últimos avances obtenidos dentro del “proyecto Kepler” cuyo objetivo es encontrar planetas fuera del Sistema Solar semejantes a la Tierra. Parece ser que ya se han identificado más de 100 planetas que cumplen los requerimientos establecidos.

Lo que me ha llamado la atención del artículo no es el avance imparable de la ciencia y la tecnología. Reconozco la importancia de estos descubrimientos que nos dan la oportunidad de explorar desde la Tierra lo que ocurre en otros sistemas planetarios alejados varios años-luz de nosotros. Lo que me sorprende es la rivalidad y competencia que existe entre distintos equipos de científicos por encontrar más y mejores planetas que sean semejantes al nuestro. Parece que lo que más motiva el trabajo de estas personas es pasar a la historia como el descubridor de un planeta tan semejante a la Tierra que sea capaz de acoger nuestra civilización en el futuro.

Y, a partir de estas especulaciones, se abre la puerta a un sinfín de razonamientos. Sobre la capacidad de la especie humana de sobrevivir en nuestro planeta. Sobre la necesidad de priorizar los principios ecológicos para permitir que la Tierra nos soporte el tiempo suficiente para que la tecnología evolucione hasta tal punto que haga posible un viaje inter-estelar. Sobre las consecuencias éticas y religiosas de extender nuestra civilización más allá del planeta que ahora es nuestro hogar. Sobre las implicaciones de encontrar otras civilizaciones desarrolladas en planetas lejanos…

Estas ideas elevadas contrastan radicalmente con lo que ocupa y preocupa a la generalidad de los humanos. Muchos de ellos, la mayoría en el llamado “tercer mundo”, tienen que preocuparse fundamentalmente de sobrevivir día a día. Otros, mas cercanos a nosotros, se preocupan de los relativos problemas económicos creados por los experimentos de la economía global, la deslocalización de los procesos de producción y los sofisticados juguetes financieros creados en Wall Street o en la City londinense. Pero hay algunos, pocos, seres humanos que están pensando en cómo puede ser la humanidad dentro de 1000 años y en dónde estará radicada.

La principal cuestión sin resolver, en mi opinión, es como llenar el hueco de los mil años. Cómo conseguir que nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, sean capaces de dar respuesta a los problemas a los que tendrán que enfrentarse para, por una parte, preservar nuestra civilización y, por otra, continuar el desarrollo científico y técnico. Y además, posiblemente lo más importante, mantener viva la condición humana. Claro que este concepto deberíamos definirlo más precisamente. Pero eso ya es otra historia...

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