Hacía mucho tiempo que no visitaba el Museo del Prado. Y no por falta de ganas. Pero me ocurre eso que teniéndolo tan al alcance de la mano parece que nunca aparece el momento oportuno para acercarse. Hace falta un incentivo adicional. Un empujón que acabe con la inercia de la inacción.
El incentivo ha sido la exposición Pasión por Renoir que durante unas cuentas semanas ocupa un par de salas del Prado. Es buen incentivo porque es limitado en el tiempo. Hay que ir ahora o nunca. Y he de reconocer que siento debilidad por los impresionistas.
La primera vez que estuve en Paris, en mi agenda estaba en lugar destacado visitar el Jeu De Pomme. Por aquel entonces era el museo de los Impresionistas. Todavía no se había reconvertido la Gare d’Orsay en el magnífico escenario que acoge ahora la esplendida colección de obras de Manet, Renoir, Degas, etc. Quedé extasiado. He de confesar que desde entonces no hay estilo de pintura que me haya entusiasmado tanto. Aquella experiencia sólo fue igualada cuando, años mas tarde, me sorprendió la maravillosa colección del Hermitage de San Petersburgo.
Hasta la apertura del Museo Thyssen no había en Madrid prácticamente ningún cuadro de los grandes maestros impresionistas. Y aun habiéndose cubierto la falta con unos cuantos buenos ejemplares todavía saben a poco. Así que la visita a Madrid de una treintena de obras de Renoir pertenecientes a la colección del Sterling and Francine Clark Art Institute es un acontecimiento que no puede ser ignorado.
Y desde luego no defrauda. El coleccionista americano Robert Sterling Clark siguió durante cuarenta años la obra de Renoir y fue adquiriendo los cuadros que ahora se exhiben en el Prado. Estas pinturas, casi todas del último cuarto del siglo XIX, que marca el momento de mayor interés y calidad de Renoir, se muestran en la primera exposición monográfica de este artista en Madrid. En ella están representados distintos géneros tratados por Renoir: el retrato, las naturalezas muertas, el paisaje, el desnudo…
El éxito de afluencia de visitantes es muy grande. Afortunadamente la organización es buena y limita el número de personas que contemplan la exposición asignando turnos horarios. Aunque tuve de esperar mas de dos horas hasta que me llego el mío, el estar dentro del Museo hizo la espera muy corta porque pude volver a recordar mis recorridos de antaño buscando obras de Poussin para un trabajo del Bachillerato o descubrir por primera vez en el Prado las obras de Sorolla o Rosales. Fue una excelente manera de utilizar la última mañana del año 2010.
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