miércoles, 23 de febrero de 2011

Hoy hace 30 años

Llevaba más de un año trabajando en la empresa. Ya me movía con bastante soltura. Todavía añoraba la libertad de los tiempos de la Universidad. De hecho no había roto del todo los lazos con ella. Seguía siendo idealista en cuanto a lo de aplicar en la práctica las teorías aprendidas. Por aquel entonces el horario de trabajo suponía salir por las tardes a las 6 y media, excepto los viernes que no se trabajaba por la tarde.

Hace 30 años era lunes. En la sala donde yo estaba trabajábamos 6 personas. Sólo había un teléfono que compartíamos entre todos. Ya estábamos a punto de acabar la jornada. Cuando sonó el teléfono. Lo cogió Fernando que estaba mas cerca. En cuestión de segundos lo colgó y nos dijo con evidente preocupación: “Mi madre me ha dicho que por la radio ha oído que hay tiros en el Congreso”.

Los que estábamos allí compartimos durante unos minutos las mismas zozobras. Todos habíamos salido de la Universidad pocos años antes. Todos habíamos vivido los últimos años del franquismo y el nacimiento del nuevo estado democrático. El interés por los acontecimientos políticos era enorme. No en vano conservábamos la ilusión de estrenar  el uso de los derechos democráticos.

Tampoco la noticia suponía algo absolutamente impensable. Se sabía que había habido varios intentos de conspirar contra el nuevo régimen por parte de los que en aquel entonces conformaban lo que se había dado en llamar el “bunker”. Pero nunca habíamos llegado a creer que tuviéramos que enfrentarnos realmente a algo semejante a lo que la madre de nuestro compañero acababa de comunicarle por teléfono.

Me fui a casa en metro, como todos los días. Tenía prisa por llegar. En principio la ciudad seguía igual. No había ningún signo que manifestara un impacto de los acontecimientos que ocurrían en la Carrera de San Jerónimo sobre el desarrollo de las actividades normales. El tráfico era normal. Al entrar en el metro tampoco vi nada especial. La frecuencia de trenes era la habitual, no había aglomeraciones en los andenes. Una vez ya en el vagón, camino de casa, observé a mí alrededor. La gente, obviamente informada de lo que sucedía, me parecía cabizbaja, muy preocupada.

Al llegar a casa y reunirme con el resto de la familia se relajó la tensión inicial. Por lo menos, todos estábamos bien y juntos. Hubo bastantes llamadas telefónicas interesándonos por el paradero de familiares y amigos. Y, por supuesto,  todos volcados en la radio y la televisión. Esperando noticias de la evolución de los hechos. Al principio mucha confusión. Estaba claro que la clave estaba en la actuación de las Fuerzas Armadas. Las noticias de Valencia eran muy inquietantes.

En la familia las opiniones eran diversas. Los mayores, los que habían vivido la guerra civil, pensaban en una nueva aparición de los fantasmas del pasado. Los más jóvenes éramos más optimistas. España ya no era la de entonces. No podía ser que en el entorno económico y cultural de 1981 se dieran las mismas circunstancias que cincuenta años atrás. Posiblemente no queríamos ni tan siquiera admitir la posibilidad de una involución. Peo todos éramos conscientes de estar viviendo un momento decisivo para nuestra futura forma de vida.

Por supuesto nadie podía irse a dormir con tal incertidumbre. Todos, el país entero, compartimos unas horas cruciales que, acertadamente, fueron denominadas “la noche de los transistores”. Cuando por fin, pasada la una de la madrugada, apareció el Rey en la televisión y pronunció su discurso de apoyo a la Constitución y condena  a los golpistas todos nos sentimos mucho más seguros sobre el desenlace de aquella triste historia. Nos fuimos a dormir. Cuando sonó el despertador, a las 7, lo primero fue poner la radio. Aunque todavía Tejero y sus secuaces seguían manteniendo en el Congreso como rehenes a los Diputados y al Gobierno ya había muchos indicios que apuntaban hacia el fracaso del golpe.

Me fui a trabajar. También hubo quien se llevó una radio a la oficina y continuamos así el seguimiento de los acontecimientos. La salida vergonzosa de alguno de los sediciosos por las ventanas del edificio de las Cortes y, sobre todo, la liberación de todos los secuestrados supuso el final de las mayores preocupaciones. Y luego todo fue jubilo, alegría y orgullo. Gracias a la inteligencia y la pericia de unos cuantos profesionales de la radio y la televisión todo estaba grabado. No era necesario recurrir a versiones más o menos subjetivas. Había imágenes y sonido reales de lo que había pasado.  

A mi me emocionaron, y me siguen emocionando,  las imágenes y los sonidos que demuestran la actuación de los que allí estaban y la dignidad con la que políticos de todas las ideologías defendieron la fuerza de la razón sobre la razón de la fuerza.  La imagen de Tejero intentando derribar, sin conseguirlo, al General Gutiérrez Mellado;  el apoyo inmediato de Adolfo Suarez al General ante el intento de agresión; la actitud serena de Carrillo permaneciendo sentado en su escaño mientras la inmensa mayoría buscaba refugio ante las ráfagas del asalto inicial; el enfrentamiento con Tejero cuando Manuel Fraga le dijo “No paso por esto. Es una traición a España en estos momentos… Yo ya no aguanto más... Disparen contra mí”.

Y España siguió adelante. Ya no hubo más miedos a la involución. El país se enfrentó a muchos y muy difíciles problemas. Pero siempre desde la normalidad democrática. El intento del 23 de febrero de 1981 se ha interpretado en muchas ocasiones como una vacuna que nos libró de posibles enfermedades posteriores. Y ahora, treinta años después, todos nos felicitamos del desenlace de aquel momento, sin duda histórico, que nos tocó vivir.



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