Seguramente todos nos hemos maravillado alguna vez con el funcionamiento de Google. ¿Cómo es posible que esta herramienta localice entre los miles de millones de documentos contenidos en Internet aquellos que tienen relación con los elementos de búsqueda que nos interesan? Y aun más ¿Cómo puede hacerlo en una pequeña fracción de segundo?
Obviamente una gran cantidad de ingenio e inteligencia está detrás de estos logros. Pero también hay que señalar la enorme potencia de cálculo y proceso que se requieren para conseguir estos resultados. Hace algún tiempo algunas organizaciones ecologistas intentaron calcular la huella ecológica de una búsqueda en Google. Para ello se basaban en la cantidad de energía y otros factores necesarios para generar y mantener la infraestructura técnica que resolvía nuestra petición. Según datos publicados por The Economist, los centros de proceso de datos consumían un 0,6% de la energía eléctrica producida en el mundo en el año 2000. Esta cifra llegó al 1% en 2005. De continuar esta tendencia de crecimiento será cuatro veces mayor en 2020. En el momento actual los centros de datos son responsables de tantas emisiones de dióxido de carbono como las de Argentina. Algunos estiman que pronto la huella ecológica del “proceso en la nube” será mayor que la de la industria aeronáutica.
Este enorme consumo de energía viene determinado por la necesidad de utilizar miles y miles de servidores encargados del proceso de los datos. La energía que consumen es la necesaria para alimentarlos eléctricamente y para refrigerarlos con el fin de mantener las condiciones ambientales requeridas para su funcionamiento. En los círculos de expertos se estima que Google opera a través de una red de unos 40 centros distribuidos por todo el mundo que suman más de un millón de servidores. La red de Microsoft añade unos 20.000 servidores cada mes. Cada día se están lanzando nuevos servicios. Si alguno de ellos tiene éxito la infraestructura de soporte correspondiente debe crecer inmediatamente. Esto se consigue mediante contenedores que incorporan hasta 2000 servidores que se pueden conectar y prestar servicio en unas pocas horas.
Estos requerimientos de energía unidos a las lógicas medidas de seguridad hacen que los centros de datos se estén situando en lugares remotos como por ejemplo antiguos silos de misiles abandonados. No hace mucho tiempo vi en una revista especializada un reportaje sobre una empresa islandesa que ofrecía servicios de alojamiento de servidores. Su oferta resaltaba el relativo aislamiento de su localización, el bajo precio de la energía eléctrica de origen geotérmico así como la facilidad de refrigeración de un país tan gélido.
El artículo de The Economist antes mencionado concluía: En el futuro la geografía del “proceso en la nube” será aun más compleja. La tecnología ya permite que los programas sean movidos fácilmente de unos servidores a otros. Un día los servidores se moverán allá donde la energía sea más barata y/o mas ecológica. El proceso de datos será una autentica “utility”. Entonces ya no hablaremos de “proceso en la nube” sino de “proceso en la atmósfera”.