Tenemos en mi empresa un hombre sabio. Bueno, ya no lo tenemos porque, hace unos días se ha jubilado. Este compañero es sabio por la experiencia que dan los años pero también por su insaciable curiosidad. Ambas fuentes le han proporcionado un conocimiento casi enciclopédico más propio de las grandes figuras del Renacimiento que de nuestros días. Unas semanas atrás, y no recuerdo muy bien cuál fue el motivo, trajo a colación las Reglas de San Benito y en concreto la regla LXI que recoge el tratamiento que ha de darse a los monjes peregrinos que llegan a un monasterio.
Y me he acordado de la regla LXI a raíz de la situación de incertidumbre y zozobra creada por los controladores aéreos con sus amenazas de huelga. Estoy dispuesto a admitir los recelos del lector ante este salto temporal relacionando un acontecimiento del siglo XXI con un reglamento monacal del siglo VI. Pero espero poder establecer el nexo lógico entre ellos.
Veamos el contenido de la mencionada regla LXI de la que voy a citar unos pocos párrafos. Comienza diciendo “Si llegare al monasterio un monje peregrino, venido de provincias lejanas, y quisiera habitar en el monasterio como huésped, y aceptara con gusto el modo de vida que halla en el lugar, y no perturbare con sus exigencias sino que sencillamente se contentare con lo que allí encontrase, recíbaselo por todo el tiempo que quiera.”
La norma, tras extenderse en diversas consideraciones relacionadas con el comportamiento correcto del peregrino, diciendo, por ejemplo, “Si el peregrino, con humildad y caridad criticara o advirtiera sobre algún aspecto de la vida en el monasterio o sobre los monjes, escúchelo y considérelo prudentemente el abad, no sea que el Señor le haya enviado precisamente para eso”; dedica un par de párrafos a dar respuesta a las potenciales situaciones conflictivas y dice: “Si durante su estancia se mostrara murmurador, o se descubriera que es exigente y vicioso, o perturbare la ordinaria vida del monasterio, se le dirá cortésmente que se vaya, no sea que sus dañados ánimos y su mezquindad contagien a otros.”
Estoy casi seguro que, a estas alturas, ya se ha descubierto un cierto paralelismo entre lo contenido en esta regla benedictina y el comportamiento de los controladores aéreos. Bienvenidas sean las aportaciones e ideas que puedan mejorar la convivencia o la eficacia de los servicios pero deben ser rechazadas las situaciones en las que se dan conductas irracionalmente exigentes y viciosas que perturban la vida ordinaria. La recomendación de la regla LXI en estos casos es invitar a los indeseables a que se vayan “para que no contagien a otros con su mezquindad”. Quizá sea inspirada por esta regla la iniciativa del Gobierno encaminada a conseguir que, en un futuro no muy lejano, los controladores actuales no sean la única opción para llevar a cabo las funciones de control del tráfico aéreo.
En todo caso, y conociendo los antecedentes de otras actuaciones de este colectivo, no extrañaría su resistencia a las medidas antes mencionadas. Aún en ese caso la sabiduría benedictina podría ser aprovechada pues la regla LXI finaliza diciendo “Si no quisiera abandonar el monasterio, se instruirá a dos monjes de entre los más fornidos para que, con caridad cristiana y en nombre de Dios, se lo expliquen mejor.” Solo habrá que encontrar la traslación a esta circunstancia contemporánea de la figura de los “dos monjes fornidos”. Pero eso ya será otra historia…
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