lunes, 20 de mayo de 2013

Émulos de la llama


En los últimos meses, como consecuencia de una serie de circunstancias, tengo la oportunidad de pasar mas tiempo con mi madre. Mi madre es una señora ya  bastante mayor. A pesar de ello conserva una lucidez y una vitalidad envidiables. Y le gusta leer. Lee de todo: libros, revistas, folletos de viajes, hojas parroquiales… Hoy, al llegar a su casa para acompañarla un rato y comer juntos, me la he encontrado leyendo un artículo del gran Antonio Gala, publicado allá  por 1994 en el dominical de El País. 

No sé si ha sido pura casualidad que, justo en este momento, mi madre haya recuperado este texto o si lo tenia guardado desde hace tantos años como algo merecedor de ser recordado y re-leído. En cualquier caso, tras leerlo yo también,  este texto me ha resultado tan oportuno, tan apropiado para el momento actual, que me parece imprescindible copiarlo integro para compartirlo:

CARTA A LOS HEREDEROS
ÉMULOS DE LA LLAMA
Antonio Gala

Tengo delante un vaso con rosas recién cortadas. Vibran de vida. Su fragancia se espande como un eco de su color. ¿Pienso en vosotros? Me viene al recuerdo el poema de Rioja –“Pura,encendida rosa, / émula de la llama…”- con su fría amenaza: “Y no valdrán las puntas de tu rama / ni tu púrpura hermosa / a detener un punto / la ejecución del hado presurosa”.  Quizá cuando acabe de escribiros esta página no serán las rosas tan frescas y carnales. Pienso en vosotros… Me digo: “lo que tu escribes lo sabe todo el mundo”. Seguramente es así pero yo lo reaprendo a medida que lo escribo, y lo escribo con la pretensión de que quien me lea vuelva sobre lo que sabía. Pienso en vosotros.

Claro que si. Hoy parece mentira: sin embargo, vosotros también envejeceréis. La vida siempre crece en longitud, y a veces, por desgracia, no en anchura. ¿cómo están programados los humanos? ¿Cuál es, y qué marca el ritmo de su deterioro? Se sabe mal; lo que se sabe con absoluta certidumbre es que llega, por supuesto, si nosotros llegamos... Un día os mirareis al espejo e inopinadamente os daréis cuenta de que seguís siendo los mismos, pero de otra manera. Os sorprenderán rastros que antes no percibisteis; coronas circulares o arcos seniles grises alrededor del iris de los ojos que fueron tan brillantes, arrugas que tomaron posesión de una piel que era tersa, un matiz macilento hoy inimaginable. La decadencia que presenciasteis en otros y que os asombraba ver –el abultamiento de las orejas, el cansancio de los labios, las mejillas descolgadas y fláccidas-  la descubriréis en vuestro propio rostro... Y, a pesar de todo, ahí está vuestra mirada, reconocible, la misma de antes, un poco sobrecogida por el disfraz que la rodea. A través de ella adivináis –porque no están presentes: ¿dónde fueron?- al niño que fuisteis, al muchacho o a la muchacha lozanos y de oro que ahora sois, también vosotros émulos de la llama… Entonces habréis llegado, por fin, a ser algo que en estos momentos os asusta u os da risa. Entonces seréis viejos

Toda vida se confecciona con esperanza y recuerdos: navega de tal Escila a tal Caridbis. Mientras seáis jóvenes os dominará la seguridad de seguirlo siendo, y vuestra altiva reina es la esperanza: sólo recordáis para esperar aun más. Cuando seáis viejos el protagonista de vuestra vida será el recuerdo. En la balanza, mal contrastada, se inclinará todo hacia su lado: la vida entera girará su cabeza hacia atrás; por delante serán escasas las expectativas, y las prórrogas, cortas: una semana, un mes, quien sabe, tal vez una mañana. Aunque muriese al día siguiente, el joven es inmortal; aunque viviese más de cien años, el anciano se muere cada noche… No es de extrañar que el hombre y la mujer se hayan vuelto gruñones, insatisfechos, melancólicos; ellos, que, según sus coetáneos, fueron pura alegría. Ni es de extrañar que de pronto les sobrevenga un brusco ataque de ternura y de lágrimas: se trata del resultado de un discurso interior, imposible de compartir con nadie. Igual que sus enfermedades, sus achaques, su soledad y sus dolores. Igual que su preocupación por el dinero, por las pensiones (tan en el aire ya hoy), por los precios: no tienen otra garantía para su independencia.

Y comprenderéis, acaso tarde ya -cuando vuestros hijos, que aún no han nacido o acaban de nacer,  no os quieran lo suficiente, o no os atiendan del modo en que confiabais-, que el ser humano es capaz de todo por él mismo, incluso de herir y olvidar a sus padres o ser injusto con quien le dio la vida... Y acaso recordéis este presente de ahora con tristeza, entre las limitaciones y las dificultades corporales del luego. ¿Echaréis de menos entonces la confusa institución de la familia, o la echaréis de mas? ¿Qué está siendo para vosotros hoy? ¿Qué será cuando pasen treinta o cuarenta años? Lo que ahora ignoráis o intentáis evitar, lo que ahora no os reclama la menor atención, os asaltará después como una precipitada noche. Una noche cruel, propensa a pesadillas, porque, en la civilización del usar y tirar,  lo viejo es antiestético, caro e improductivo, es decir, desechable… Y pensareis entonces, -¿tarde? Sí, tarde- que habría que educar a los jóvenes de otra manera, y así acompañarían más y mejor a los ancianos: con menos materialismo y menos hedonismo quizá, para que no los encontraran tan superfluos o inútiles, para que reconocieran sus últimos derechos al amor, a la vida, a la euforia, al éxtasis… A todo lo que vosotros ahora gozáis con un derecho pleno que creéis exclusivo. Porque una cosa es lo que esperáis, y otra lo que os espera.

sábado, 11 de mayo de 2013

Descubriendo el idioma común

En más de una ocasión la teoría de la evolución de Darwin ha sido objeto de comentarios en este blog. Lejos de mi intención está el cuestionarla ni el discutirle a su autor la originalidad de su aportación. Pero acabo de leer un artículo en el Washington Post, relacionado con un tema, la lingüística,  no muy cercano a la biología, en el que se plantea una teoría evolucionista muy semejante a la de Darwin.

Las raíces de la publicación mencionada son incluso anteriores a Darwin. Se trata de un trabajo del jurista británico sir William Jones, presentado en 1787 ante la Sociedad Asiática de Bengala. Proponía que el sánscrito, el griego, el latín, el gótico, el persa y el celta provenían de una lengua común de la que se habían originado por divergencias sucesivas. Nació así lo que ahora conocemos como familia lingüística indoeuropea, que seguramente hunde sus raíces en los primitivos asentamientos neolíticos que inventaron la agricultura en Oriente Próximo hace unos 10.000 años.

La lengua eurasiática, recién propuesta por Mar Pagel, Quentin Atkinson y sus colegas de las universidades de Reading (Reino Unido) y Auckland (Nueva Zelanda),  sería aún más antigua, de hace unos 15.000 años, y extendería su abrazo a lenguas no indoeuropeas como el chino o el vasco. Como ya se ha mencionado, la idea de un tronco lingüístico común no es nueva.  El problema para las reconstrucciones de largo alcance es que las palabras cambian demasiado deprisa como para dejar trazas de su origen común más allá de unos 5.000 años. La mayor aportación del nuevo estudio, presentado en Proceedings of the Nacional Academyof Sciences, es haber mostrado que hay unos cuantos términos mucho muy resistentes al cambio. Estas palabras ultraconservadas  incluyen los numerales (los nombres de los números) y otros ingredientes del ‘metabolismo central’ de la gramática del tipo de yo, tú, aquí, como, no, madre, hombre.

Los lingüistas intentan reconstruir el pasado del lenguaje humano y descubrir la forma en que una hipotética habla ancestral fue ramificándose de manera incesante hasta producir la babel actual de 5.000 idiomas irreconciliables. Se han hallado sólidas evidencias de que todas las lenguas habladas actualmente en Europa y Asia, desde Lisboa a Pekín, provienen de un lenguaje original hablado en el Mediterráneo hace unos 15.000 años, cuando la última glaciación empezó a remitir.


Los investigadores también han conseguido unas reglas que les ayudarán a encontrar el conjunto de palabras ultraconservadas más útiles en estudios futuros de otras lenguas. Como norma general, las palabras que aparecen en el habla común con una frecuencia mayor del uno por mil tienen entre 7 y diez veces más probabilidades que las demás de perdurar intactas, o al menos reconocibles, durante 10.000 o 15.000 años. “Nuestros resultados”, dicen Pagel y sus colegas, “indican una considerable fidelidad de transmisión para algunas palabras, y ofrecen una justificación teórica para investigar características del lenguaje que pueden preservarse por grandes lapsos de tiempo y extensiones geográficas”.